05 enero 2009

Juego entretejido

Carlos Chávez

Los caminos llegan convertidos en mariposas que rápidamente se disipan con el juego de los ojos: para hacer más exactos esa cotidiana y misteriosa contrición de ósculos, recordemos a la pareja acostada, uno sobre el otro, en aquel prado que permanece fresco en la memoria, sin reparo en que el pasto es de fibra de algodón o poliéster, que no era cama sino hamaca y esas nimiedades que sirven para agrandar o confortar el ritmo envolvente en vilo de besos, vahos, y brisas viscerales. Entonces aún diferenciamos dos figuras cuyas líneas ya vacilan, en uno de los rostros se hunden dos pozos profundos, ávidos de formas, ciegos de luz, caminan en arañas engendradas desde la primera mirada; han logrado tejer un letargo transparente de visiones: allá el buró, la pared, varios cuadros y uno no tan hondo que muestra los demás edificios donde otros pozos esperan por igual el regreso de las arañas en acecho pasivo de alguna ingenua mosca… más aquí ya se asoma una juguetona, se detiene y vuelve a emprender el vuelo; ha logrado escapar, pero de forma diferente atisbó con curiosidad el entramado de la telaraña, la madriguera permanece dócil, expectante de la inminencia que las fuerzas exteriores han logrado empujar: quizá fueron un bomboncito de palabras, talvez suculentas carnes puestas a dorar, acaso sólo fue una brizna que la empujo hasta el corredor y de ahí al cuarto y luego no más que esperar. La telaraña dibuja el camino del coleóptero cuando se estremece algún hilo y hace danzar con un brillo el camino de piel desnuda y sebosa. Ya se tiene, sólo falta la exacta decisión, imperativo hormonal, de volverse a posar. Cuando lo hace, la araña repta con extrema velocidad alcanzando a la mosca hipnotizada por detrás, se engulle con facilidad, cumpliendo el expreso deseo de la mosca firmado con un acuerdo tácito al momento de su muerte; no podemos negar que sabía de la araña corriendo a toda furia, que sintió los meneos de la telaraña con raro regocijo, inclusive que vio en aquel pozo pulido de espejo su figura trémula que exudaba confortable miedo. Ante la cruda visión de supervivencia, al ojo no le queda sino cerrarse por instantes, en un parpadeo monótono y olvidarlo todo degustando paciente la misma telaraña.

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